La Red Agroecológica de la localidad de Puente Aranda es un ejemplo de trabajo colectivo y buenas prácticas que fortalecen la soberanía alimentaria, la sostenibilidad ambiental y el tejido social. Sus huertas, aulas vivas y espacios culturales demuestran que el suelo de esta localidad no solo es cemento e industria, también es tierra fértil para sembrar comunidad, valorar el trabajo detrás de los alimentos y mantener vivas las costumbres de nuestros antepasados.
Desde el equipo del Observatorio Ambiental de Bogotá, conversamos con varios de sus integrantes, quienes desde diferentes rincones de la localidad promueven la agricultura urbana y la educación ambiental como herramientas para transformar el territorio.
“Aquí se transmite la responsabilidad y el cuidado del entorno a estudiantes, vecinos y voluntarios”, nos contó Alva Barakaldo, de la Fundación Integral Tierra, quien ha convertido la huerta comunitaria en un espacio de aprendizaje y conexión con la naturaleza.
En otro punto de la localidad, donde antes funcionaba una planta de asfalto (lugar donde se produce material que se usa para pavimentar vías), los integrantes de una huerta comunitaria construyeron un espacio con un humedal artificial y un bosque xerofítico (con plantas adaptadas a condiciones secas). Allí, la agricultura urbana se convierte en un aula ambiental abierta que fomenta la sostenibilidad y promueve la identidad cultural del territorio.
“Impulsamos procesos que unen agricultura, arte y trabajo comunitario. Entre ferias y actividades junto a colegios, promovemos la reflexión sobre el territorio, la memoria y nuestra relación con la naturaleza”, explicó Ricardo Valderrama, quien participa activamente en estos procesos.
Para Ángela Verdugo, integrante de Terrazas Verdes y dinamizadora de Bosques Urbanos, “no se trata solo de huertas, sino de aulas ambientales que permiten analizar cómo la vida urbana impacta al ambiente y cómo, desde la cotidianidad, es posible cambiar el rumbo”.
De manera similar, Iván Ramos, de la Escuela Popular de Prácticas Sostenibles, resaltó que “a través de la educación y las buenas prácticas agroecológicas se impulsa la participación de personas mayores, jóvenes y niños en procesos de formación, donación de plantas y construcción de memoria colectiva”.
Cada huerta tiene su propio enfoque; no solo producen alimentos saludables, también se rescatan saberes tradicionales, se fortalece la salud mental, se promueve la resocialización y se crean espacios de encuentro y diálogo. Para sus integrantes, sembrar, cosechar y compartir es un acto de amor que conecta con la tierra y la comunidad.
Desde el Observatorio Ambiental de Bogotá seguiremos recorriendo la ciudad para conocer y visibilizar los esfuerzos ciudadanos que hacen de Bogotá una ciudad más verde, resiliente y viva.
