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Los ‘hoteles’ para abejas que puso a funcionar el Jardín Botánico

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La primera residencia de su tipo en Bogotá. Podría arrojar información para preservar las especies.

No todas las abejas viven en colmenas. Algunas son solitarias y prefieren pasar unos cuantos días en una cómoda residencia hecha por manos humanas, como una de las instaladas en el Jardín Botánico, en la zona que recrea un entorno de bosque alto andino y páramo.

Se trata de una estructura hexagonal alejada del suelo, con seis divisiones y cómodos compartimentos hechos de madera perforada, pitillos, tubitos de papel y ramas secas de tintillo. Todo, rematado con un techo para proteger a sus huéspedes de la lluvia.
Y parece ser que a ellas les encanta. Una pequeña abeja del grupo colettes se asoma por uno de los tubitos. Luego vuelve a ocultarse y continúa armando un nido para sus huevos con una especie de tela producida por glándulas de su cuerpo. A la fecha, ya se han contado 65 nidos activos en la estructura. “Hemos podido documentar que aquí llegan tres especies nativas. De estas, dos han llegado a hacer nidos: las colettes y las megachile”, explica Ángela Rodríguez, bióloga y coordinadora de la línea de Flora de Bogotá y Colecciones de Referencia del Jardín.

Y, no. Estas especies no son peligrosas. La Apis melífera, o abeja mielera, es la que conforma colmenas, y, si es africanizada, es algo más defensiva. Pero esta no se adapta a los hoteles.

Rodríguez y su equipo de trabajo han estado al frente de este proyecto, que si bien es popular en otros países bajo el nombre de Bee Hotel, es el primero en su tipo en Bogotá con fines investigativos. Según Rodríguez, tener un hábitat que puedan manipular y monitorear les puede dar información sobre hábitos reproductivos, alimentación y comportamiento. Todo esto podría dar luces para crear estrategias que conserven las especies nativas. “Aunque tener un hotel requiere mantenimiento constante”, agrega la investigadora.

Cuidando el vecindario:

El hotel de abejas tiene todo tipo de vecinos. Una mirla se asoma en las ramas buscando un bocadillo, por el suelo avanzan arañas explorando un sitio para extender su red, y algunas abejas parásitas y avispas se aventuran en el entorno para dejar sus huevos en nidos ajenos. Ser una abeja nativa no es fácil.

“Aunque tratamos de protegerlas de algunos de estos factores, reconocemos los ciclos de la naturaleza y dejamos, en gran medida, que se enfrenten a todo eso. No se trata de buenos o malos vecinos, todos tienen sus funciones en el ecosistema, y, de hecho, a nosotros nos interesa registrar y comprender estas dinámicas”, comenta Rodríguez. En promedio, una abeja puede vivir entre uno y dos meses.

Ahora, en lo que sí les dan una mano a las abejas visitantes es en el mantenimiento de los compartimentos. Con tijeras en mano cortan, regularmente, los hongos que crecen en los materiales después de la lluvia.

Llegar a este punto le costó más de dos años de trabajo a este grupo de investigación del jardín. “En una primera fase, entre 2016 y 2017 probamos los materiales y las primeras ubicaciones para las más de 15 especies nativas que habitan aquí. No funcionaron muy bien las estructuras en el herbario ni en la colección de plantas labiadas; pero sí fue exitosa la experiencia en el sector de páramo”, agrega Rodríguez. Sin embargo, mira con preocupación el hotel.

La semana pasada, alguien robó parte de las residencias. Allí iban huevos de una tercera especie nativa. Ser una abeja en el mundo actual tampoco es fácil.

Aunque no hay una cifra exacta de la pérdidas de abejas melóferas y nativas en Colombia, es bien conocido que la población baja año a año en el mundo. Según el grupo de monitoreo de pérdidas de colmenas de la Sociedad Latinoamericana de Investigación en Abejas, entre 2016 y 2017 se redujo entre el 0 y el 41 % de la población de abejas nativas. El porcentaje de pérdidas en Colombia alcanza el 29%. En el caso de las especies melíferas, las que producen miel, la tasa de disminución de población asciende al 45 % en el país. La polinización y la diversidad de especies está en riesgo.

De acuerdo con la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes), más del 40 % de los polinizadores invertebrados (abejas y mariposas, principalmente) se enfrentan a la extinción. Y, de hecho, los cultivos dependen en un 75 % de la polinización, entre otros factores.

El cambio climático, la pérdida de hábitat, enfermedades y el uso de agroquímicos son algunas de las causas que afectan la vida de las abejas. Aunque parezca poco, comenzar por rescatar dos especies nativas, entre las 30 y 40 que hay en Bogotá, las 600 de Colombia y las 20.000 del mundo, es un primer paso significativo.

“Este hotel será una herramienta de aprendizaje para evaluar si instalamos otras futuras residencias o si incluso les enseñamos a los ciudadanos cómo hacerlo”, admite Rodríguez. Una cadena de hoteles para abejas nativas en la ciudad es algo para pensar con prudencia: “No las vamos a instalar, por ejemplo, en separadores viales o zonas industriales. Pero quizá tengan potencial para aplicarse en colegios y zonas con mayor vegetación”, afirma. Por ahora, todo continuará en fase de observación y estudios.


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